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Rosa Regàs tuvo la inmensa suerte de nacer durante la II República Española. Según ella misma ha declarado está convencida de que algo debe de haber quedado en su persona del espíritu de un régimen, el único tal vez en toda la Historia de España, que supo poner en práctica los principios fundamentales de igualdad, justicia y libertad, base y fundamento de una escuela pública y laica, cuyo nivel aquellos cinco años todavía no ha sido alcanzado en nuestra democracia, según defienden muchos pedagogos e historiadores.

Pero siguiendo los avatares de una República a la que la reacción, el oscurantismo y un sórdido golpe de Estado llevaron a la guerra civil y a la derrota sin dejarle acabar su obra ni continuar su camino democrático, Rosa Regàs fue exiliada a Francia donde por lo menos tuvo el privilegio de asistir, en Saint Paul de Vence, a la escuela pública, l’École Freinet, fundada por su director, el original y respetado pedagogo francés, que defendía la libertad, la expresión, la comunicación y el laicismo en educación, los pilares sobre los que organizaba el trabajo y la colaboración entre alumnos y profesores. Allí permaneció desde los tres hasta los seis años. Quizá por esto nunca ha practicado las virtudes cristianas del pudor, la humildad y la sumisión y sí en cambio ha intentado hacer suyos los valores cívicos de la independencia de criterio y la solidaridad.

Cuando volvió a España fue internada en un convento de monjas que, aún no siendo tan fieles al franquismo como se estilaba en aquellos ominosos años de la posguerra debido sobre todo a la presencia de su director el Doctor Manuel Trens, le provocó una reacción de la que le costó mucho tiempo rehacerse. Era la época en que la mayoría de españoles que no habían muerto, ni partido hacia el exilio, tenían miedo y eran partidarios de Hitler. Había miserables en las calles, miles de presos en las cárceles, fusilados al amanecer y cadáveres anónimos en las fosas comunes de todos los pueblos y ciudades del país.

En el recinto de la escuela aprendió a divertirse leyendo, el único ocio conocido entonces además del juego y el teatro. Comenzó con los autores españoles de obligada lectura en las clases de literatura y sobre todo los clásicos rusos y franceses del siglo XIX que llenaban los estantes de las vitrinas de una sala llamada biblioteca. De ahí pasó a Julio Verne, pesados tomos encuadernados en pergamino, y a los novelistas ingleses del XVIII y del XIX. Más tarde, ya en cuarto de bachillerato y gracias a las aportaciones de las alumnas externas, conoció la literatura norteamericana de principios de siglo XX.

Con el bachillerato terminado y la carrera de piano a falta de dos cursos, salió del colegio a un mundo que desconocía, pero que no tardó en descubrir consternada: el mundo de la represión y el miedo. Se casó al año escaso y después de tener sus dos primeros hijos y decidir que la vida daba para mucho más que para ser vivida en la intimidad y la sumisión, se matriculó en la Universidad donde posiblemente por un exceso de confianza en el saber, estudió y se licenció en Filosofía pura.

Sus lecturas habían cambiado pues. De Dickens pasó a Hegel y de Maupassant a Nietzsche, cuando aún no había descubierto los secretos de Rilke ni de la poesía romántica.

Pero fue en la Universidad donde entró en contacto con poetas españoles como José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma o Gabriel Ferraté, cuyos poemas hizo suyos durante décadas tal vez porque fueron los que le abrieron las puertas a la poesía inglesa, española, catalana, italiana y americanas del norte y del sur.

Sin embargo su verdadera educación literaria la adquirió de Carlos Barral, en la Editorial Seix Barral donde comenzó a trabajar con la carrera de Filosofía recién acabada y tres hijos más en la familia.

Rosa Regàs dice siempre que oír hablar y discutir de literatura a todos los poetas y escritores que se reunían en la mítica Editorial Seix Barral, fue el mejor aprendizaje de literatura y de vida que una persona puede anhelar, y recuerda con agradecimiento y nostalgia aquellas reuniones donde con el mismo apasionamiento que hoy se discute de fútbol o de televisión, se hablaba entonces de métrica, metáforas, imágenes, inspiración y estilo.

Pero igual que la República la Editorial Seix Barral se topó con las fuerzas reaccionarias: Carlos Barral tuvo que soportar el enfrentamiento con la reacción más inculta de la ciudad que, haciéndose con el poder económico de la editorial, le lanzó a las tinieblas a él y a sus quince años de ingente obra culturizadora,

dedicada a una sociedad que vivía cerrada al mundo exterior y había sido bombardeada a todas horas por globos de oscuridad y petulancia.
Fue entonces, en 1970, cuando decidió fundar su propia editorial a la que, en honor de Nietzsche y en recuerdo de sus olvidados estudios de Filosofía, llamó La Gaya Ciencia.

Durante catorce años se dedicó a publicar autores poco conocidos o desconocidos entonces como Juan Benet, Álvaro Pombo, María Zambrano, Manuel Vázquez Montalbán, Javier Marías, entre muchos otros, así como poesía, una colección de literatura para niños, Moby Dick, que partía del principio que los niños pueden entender lo mismo que los mayores siempre que no sea demasiado complicado y que incluía obras de los grandes autores de todos los tiempos. También dirigió dos revistas, Cuadernos de la Gaya Ciencia con un Consejo de Redacción formado por Félix de Azúa, Javier Fernández de Castro, Eugenio Trías, Ferrán Lobo y Fernando Savater y Arquitecturas Bis, que llegó a publicar 52 números y cuyo Consejo lo formaban Oriol Bohigas, Federico Correa, Manuel de Solà Morales, Rafael Moneo, Helio Piñón, Enric Satué, Lluís Domenech, y Tomás Llorenç.

Eran los tiempos en que se abría poco a poco la España siniestra de la dictadura, comenzaron entonces los viajes, las amistades empeñadas en romper con las ataduras mojigatas de la censura y de la moral cristiana que había dominado la vida pública, todo lo cual, junto con un profundo amor a la profesión, el deseo de conocer lo que ocurría con ella en los países más adelantados y un insobornable sentimiento antifranquista, llevó a una serie de profesionales y artistas a vivir un leve renacimiento de las costumbres y del coraje en la expresión de las ideas políticas y sociales. Un movimiento espontáneo que la ironía de sus propios participantes bautizó con el nombre de «gauche divine» precisamente porque esa trasgresión que se había convertido en ineludible modo de comportamiento llevaba consigo un afán de gozar de la vida que hasta entonces les había sido negado, y que tantos moralistas aún hoy tratan de desprestigiar y de vilipendiar, tal vez porque, como dijo Terenci Moix, nunca fueron invitados a la fiesta.

A la muerte del dictador, lanzó la primera colección política llamada «Biblioteca de Divulgación Política» cuyos autores estaban en su mayoría todavía en la clandestinidad. A esta colección siguieron «Biblioteca de Salud y Sociedad» y «Biblioteca de Divulgación Económica», que también tenían como objetivo comenzar a hablar de tantas cuestiones que habían sido sepultadas por la censura de la dictadura.

Pero el tiempo pasa rápido y Rosa Regàs que no es en absoluto una persona de una sola vocación, se dio cuenta de que una de ellas, la de ser escritora, había quedado relegada y amortiguada por otras vocaciones a las que se había dedicado con pasión durante todos estos años.

Comenzaba 1983 cuando un día la sorprendió este pensamiento: «he tenido muchos hijos y he plantado muchos árboles pero al paso que voy moriré sin haber escrito un libro». Tenía entonces casi cincuenta años y los hijos mayores e independientes. Así que decidió vender la editorial y procurarse un trabajo que le permitiera seguir gozando de independencia económica sin tener que ocuparse tanto de números, promociones y competencias, como exige una editorial.

A final de aquel mismo año de 1983 comenzó a trabajar como traductora y editora temporeras en las Organizaciones de las Naciones Unidas en ciudades de todo el mundo, lo que una vez acabado el trabajo le dejaba muchas horas libres. Fue así como comenzó a escribir, con dificultad siempre, porque se dio cuenta de que los criterios que había empleado para juzgar a los demás escritores no servían para lo que ella escribía y la inseguridad en estos primeros pasos le proporcionó muchas angustias.

En 1987 Carlos Trías, que dirigía una colección titulada “Ciudades” en Ediciones Destino, le propuso escribir un libro sobre Ginebra donde vivía entonces. Rosa Regàs tomó al vuelo la ocasión que la forzaba a tener el libro acabado en una fecha determinada y se puso a trabajar. De estos meses salió finalmente el libro Ginebra, la mirada irónica que una mujer mediterránea extiende sobre la ciudad calvinista a orillas del lago Leman.
En 1991 apareció su primera novela Memoria de Almator que cuenta como a través del enfrentamiento con el mundo rural una mujer siempre protegida, primero por su padre, después por su marido y finalmente por su amante, acaba tomando su vida con sus propias manos. Y así siguió escribiendo y trabajando.

Uno de los más bellos recuerdos que reconoce tener Rosa Regàs es el de la noche de la concesión del Premio Nadal en su 50ª edición. Un premio que ganó con la novela Azul, una historia de amor y de mar que le abrió las puertas al gran público y de la que se vendieron once ediciones de 10.000 ejemplares en el primer año. Fue a partir de entonces cuando le ofrecieron colaborar en prensa. Comenzó publicando en El País y en revistas de viajes, para acabar escribiendo en todos los medios de comunicación que se lo solicitaban, y así sigue, siempre que no encuentre trabas en las ideas que quiere expresar.

Además de Ginebra que puede considerarse un peculiar libro de viajes, ha escrito también Viaje a la luz del Cham que narra las experiencias de su estancia en Siria los meses de abril, mayo y junio de 1993.

Una de las constantes vocaciones de Rosa Regàs ha sido viajar. Se decía de ella en su juventud que siempre llevaba el pasaporte en el bolso para que nunca pudiera perder una ocasión de viajar que se le presentara de improviso. A lo largo de todos estos años viajó por América del Norte y del Sur, África de este a oeste, muchos países de Europa incluido el Polo Norte, y gran parte de Asia. Siempre le ha quedado pendiente un viaje a la Antártida pero está convencida de que todavía hay tiempo para que se le presente tal oportunidad.

En 1994 fue nombrada Directora del Ateneo Americano de la Casa de América de Madrid. Dejó las Organizaciones de las Naciones Unidas y se instaló en la capital de España. La experiencia de la Casa de América fue trabajosa pero fructífera y acabó dándole un conocimiento mucho más profundo del arte, la literatura y el cine americanos, que mantiene e incrementa hasta hoy. Entretanto aparecieron otros libros que recogían sus artículos en prensa, como Canciones de amor y de batalla y Otras canciones. Así como un volumen con textos diversos titulado Desde el mar.

La siguiente novela fue Luna lunera, la historia de cuatro niños hijos de padres republicanos y nietos de franquistas, que transcurre en los terribles años de la posguerra española y que le valió el Premio Ciutat de Barcelona 1999, que recibió con una emoción muy profunda por narrar en ella una parte de su propia historia y de la historia de Barcelona, su ciudad.

En el 2001 ganó el Premio Planeta, también en su 50ª edición, con una novela de intriga y denuncia, La canción de Dorotea, en la que se narran muchos aspectos de la sociedad y de sí misma que descubre una profesora de biología molecular en sus estancias en la casa de campo que heredó de su padre.

Con el Premio, que para esta edición alcanzó los 100 millones de pesetas, Rosa Regàs pudo cumplir lo que anunció al recibirlo, “comprar tiempo”. A partir de entonces encontró el tiempo suficiente para leer, oír música, ir al cine y al teatro, caminar, patrullar por su casa en el campo con unas tijeras de podar en la mano, charlar con la familia y los amigos, caminar por las ciudades, defender con pasión sus ideas, denunciar los atropellos a que nos somete el poder, preparar el libro que tuviera en mente y en el corazón y sobre todo dedicarse a descubrir alguna de las vocaciones que dormían en su alma siempre abierta al imprevisto.

Pero el tiempo pasó y surgieron nuevos proyectos: precisamente fue a principios del 2003, y seguramente llevada por la atracción que en su momento supuso conocer y promocionar la vida y la cultura americanas, cuando, junto con Pedro Molina Temboury, realizó un viaje de tres meses por los seis países de América Central. De las aventuras vividas y de los conocimientos adquiridos en este viaje trata el libro Volcanes dormidos que escribieron los dos y que obtuvo el premio Grandes Viajeros 2004.

En estos años publicó además un conjunto de artículos aparecidos en la prensa, El valor de la protesta, el compromiso con la vida; unas memorias centradas en los veranos que cada año pasa con sus nietos, Diario de una abuela de verano, y un libro de relatos , Viento armado.

En 2010 apareció su libro La hora de la verdad, una mirada a la llegada de la vejez; en 2011, La desgracia de ser mujer sobre la situación de la mujer en el mundo, y en 2012 Contra la tiranía del dinero, una reflexión sobre los valores que imperan hoy en nuestra sociedad.

El 4 de abril de 2013 su novela Música de cámara obtuvo el Premio Biblioteca Breve que otorga la editorial Seix Barral, de profunda significación para Rosa Regàs que en 1965 y 1966 había sido secretaria del jurado de este mismo premio fundado por Carlos Barral.

En 2014 publica «Entre el sentido común y el desvarío» (Ara Llibres), la primera parte de sus memorias, que continúa con «Una larga adolescencia» (2015) y «Amigos para siempre» (2016).